El oncólogo de mi hija me dio permiso para volver a levantarme feliz y agradecida cada mañana. El ejercicio no fue fácil pero fue casi una exigencia suya.
Escogí la primera opción.
Y como médico recuerdo el miedo de los primeros años y las primeras guardias. Y no olvido el impacto de algún trágico accidente que me tocó asistir. Incluso el miedo a las reacciones anafilácticas al inyectar el anestésico. Y decidí no dedicarme a la anestesia porque veía sufrir a mi mentor de 60 años en cada intervención.
No había entonces asignaturas de Inteligencia Emocional. El miedo es bueno, te lleva a la responsabilidad de mejorar, esforzarte y aprender, pero qué mal se pasa. Si entonces me hubieran hablado de autoconocimiento y autogestión y le hubiera dedicado unos minutos al día a la introspección probablemente habría disfrutado más de mis primeros años de profesión y habría encarado mis fallos más como aprendizaje que como fracaso.
Y mi admiración por la Dra Jaci Molins, referente catalán en este sector.
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