Ser inteligente emocionalmente tiene mucha ventajas. Es bueno para uno mismo y bueno para los demás. Sin duda te hace ser mejor persona.
Nuestro cerebro tiene un aparatito que, por diferentes estímulos, genera emociones. Viene de fábrica. Y, a pesar de sentir emociones desde el nacimiento y que día a día influyen en nuestro bienestar o malestar, no se les ha dado nunca la importancia que se merecen y se nos deja desde la infancia que hagamos solos el camino de su conocimiento y su educación, y así muchos llegamos a adultos sin poder explotar el potencial que tiene una buena gestión emocional.
Pero nunca es tarde, si la dicha es buena, dicen.
Aquí dejo un ejercicio que provoca muchas reacciones cuando lo propongo en clase. A unos les encanta porque se dan cuenta de que su vocabulario emocional es muy reducido, a otros les incomoda sentir ese vaivén interno, a otros les cuesta sentir alguna de las emociones propuestas... cada alumno lo vive de una manera diferente, porque el mundo emocional es así de rico, personal y complejo.
Para tener buena influencia en nuestro bienestar y felicidad, indagar en nuestro mundo emocional es imprescindible. Lo primero: poner nombre a lo que sentimos. Así de tonto, así de fácil y así de difícil.
Espero que disfrutéis con el ejercicio y con vuestras emociones.
¡Gracias!
Camino
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